En el momento de entrar en el local llevaba 8 meses cerrado y algunos años maltratado. Así que, con todo nuestro esfuerzo y con un presupuesto muy acotado, nos dispusimos a hacerle el mayor lavado de cara posible. La premisa fue reciclar todo lo reciclable e iluminar el espacio con luz natural, puesto que (extrañamente) estaba oscurecido con contraventanas, vidrios biselados y cortinas que hicimos desaparecer para que entrara la luz e iluminara la amplitud del espacio. Reparamos humedades, recauchutamos techos, paredes y suelos, limpiamos grasa que aparecía a toneladas, restauramos lucernarios, muebles en estado crítico y alguna que otra maquinaria que dormía el sueño de los justos en el almacén. Y finalmente trajimos para habitar el espacio todos aquellos muebles y objetos que nuestras familias guardaban como podían porque les daba pena tirar. Después de tres meses de trabajo el local quedó cobró vida, poblado de objetos viejos y pequeñas bagatelas, porque somos auténticos devotos de aquellas cosas poco importantes que tienen mucho valor.
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